Los otomíes contemplaron las montañas. Vieron el cielo, la luz, los árboles, el agua. Unidos a la naturaleza desde siempre, no les asombraron los colores luminosos ni el viento limpio ni los ríos cristalinos.
La tierra era generosa y subía y bajaba como si corriera en estampida hacia el misterio del horizonte infinito.
Pero ellos habían estado siempre en un mundo sin orillas, que no terminaba. Por eso más que los árboles, orgullosos y serenos, los sedujo la naturaleza pequeña, la que parecía agredir con sus espinas pero ofrecía un regalo para el hombre.
Por eso se quedaron, por eso fundaron Minkkani o Minggani.
Por eso los náhuatls, en su paso tras la tierra que soñaban, también se detuvieron y retaron a las espinas tras el fruto.
Tampo les importó la estampa de los árboles y nubes, de montañas y de ríos. El nombre de la tierra les bróto de ella: Uizquillocan, dijeron, o Huitzquillocan. Y dejaron el nombre para siempre.
Así, cuando los náhuatls dijeron Huitzquillocan, estaban diciendo lugar de cardos comestibles.
Más de dos siglos después el virrey Antonio de Mendoza visitó el lugar y lo nombró San Antonio de Padua o, como también lo asienta el Código de Techialoyan de Huixquilucan, San Antonio Huitzquilucan Atlyxamacayan Tecpan, que agregaba a lugar de cardos comestibles, otro trazo descriptivo, lugar donde se encajonan las aguas.
A partir de 1875, para honrar la memoria del General liberal Santos Degollado, que murió durante la guerra de Reforma, en los Llanos de Salazar, el Congreso decretó que la población se llamara Villa de Degollado.
Mas tarde, se recuperó el nombre de Huixquilucan para llamar así a todo el municipio, y a la cabecera municipal se le nombró Huixquilucan de Degollado.
¡BONIITOOOOOOOOOOOOO!
ResponderEliminarMI PUEBLO TE INVITO A CONOCERLO OK :)